¿Arriba el novio no arriba la novia?
Armando Fuentes Aguirre Catón
05-Junio-2011
"... El hombre, cuya característica principal es la fuerza...".
Me estaba yo casando, y aquel inolvidable caballero, don Cándido Casillas, oficial del Registro Civil, daba lectura a la Epístola de don Melchor Ocampo. Cuando dijo eso de la fuerza, característica principal del hombre, se oyeron entre los asistentes risitas contenidas. Porque sucede que entonces era yo un alfeñique que no llegaba a los 50 kilos, más flaco que una buena intención y más desmedrado que la actual economía nacional.
En los matrimonios civiles del ayer era obligada la lectura de esa Epístola. Quienes oficiaban la ceremonia se la sabían de memoria y la recitaban, más que leerla, con el tono aburrido de quien cumple un formulismo. Los circunstantes aguantaban la peroración -otra cosa no podían hacer-, y aprovechaban el tiempo para pensar en asuntos muy diversos. “¡Qué vestido el de Fulanita! Con ese escote a ver si no se le sale una pechuga”. “El papá de la novia me debe 2 mil pesos. ¿Será oportuno cobrarle hoy?”.
Ahora ya no se lee la farragosa carta del prócer liberal, obsoleta y anacrónica. La perorata de Ocampo exhorta a la mujer a obedecer ciegamente a su marido, y propone otras ideas de sumisión que en nuestros días resultan ya risibles. Ciertamente la lectura de la tal Epístola jamás fue requisito necesario para perfeccionar el contrato de matrimonio, pero su lectura, como dije, era usual. Las costumbres son expresión de cada tiempo, y en el actual no tienen ya vigencia los conceptos de esa carta.
Tarde o temprano la Iglesia tendrá que cambiar también sus fórmulas en lo que se refiere al matrimonio. Ahora, por ejemplo, el desposado entrega las arras a su novia "como símbolo del cuidado que tendré de que no falte nada en nuestro hogar". Ella recibe las emblemáticas monedas, y declara que las acepta como símbolo del cuidado que tendrá para administrar bien el fruto del trabajo de su esposo. Pero sucede que ahora casi en todos los casos trabajan tanto el hombre como la mujer, y ni el hombre es ya el único proveedor ni la mujer está dedicada únicamente al cuidado del hogar. Cambian los tiempos, y con ellos han de cambiar también las fórmulas rituales.
Una de las mejores cosas que con los nuevos tiempos han llegado es la supresión de esa arrogante superioridad del hombre sobre la mujer, actitud que hacía de ésta una especie de criada sin sueldo de su casa. Ciertamente es odioso también el feminismo trasnochado y agresivo que quiere hacer de la mujer otro hombre. Lo mejor es el acuerdo de hombre y mujer para hacer de su unión algo tan armonioso como una sonata para violín y piano de Beethoven, cuya belleza perdurable deriva del perfecto equilibrio entre los dos instrumentos, equilibrio por el cual ninguno de ellos se impone o predomina sobre el otro, sino ambos se vuelven uno solo y sirven a un propósito común. Acuerdo de los esposos... De eso precisamente trata la historietilla de un borrachín que acertó a estar en el atrio de una iglesia en el momento en que salían unos novios al término de su boda.
-¡Arriba el novio! -gritaban unos.
-¡Arriba la novia! -proclamaban otros.
Con sabia filosofía sugirió el borrachín:
-Déjenlos que ellos se acomoden como les dé la gana.
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